Jamás 200 metros se me hicieron tan largos. Antes de comenzar estaba un poco nervioso pero con mucha ilusión por hacer este reto, que no consiste en hacer los 200 metros a nado sino retar a la temperatura del agua.
Llega el momento de la verdad, te quitas el albornoz, los calcetines, las zapatillas y saltas a la plataforma que nos llevará a la salida. Sabía que el cambio de temperatura iba a ser brusco pero no tanto. Javi salta delante mío de cabeza al agua y yo seguidamente detrás me tiro pero de pie y golpeo a alguien. Mi primera sensación fue la de darme la vuelta subirme a la barca y que me llevaran de vuelta. Que frío!!! Quería nadar y no podía, se me cortaba la respiración, tragaba agua hasta que finalmente me dije: "Jose, concéntrate tienes que llegar como sea". La cabeza fuera del agua y nadando sin sacar los brazos fuera hasta falta de unos 50 metros, cuando ya no me sentía la piel y tenía el cuerpo dormido, empecé a dar brazadas. Una vez llegamos a meta se hizo un embudo para salir del agua. Había una escalerilla donde salíamos de uno en uno entregando el chip para confirmar el orden de llegada.
Una vez pisé tierra firme pensaba que estaba andando sobre alguna colchoneta pero al mirar al suelo éste era puro cemento, eran mis pies dormidos.
En el guardarropa vi a Javi (la última vez que lo había visto fue cuando le vi entrar en el agua de cabeza) y yo estaba tiritando y castañeando los dientes. A Javi no le sentó tan mal como a mi el frío.
Hoy he vivido una experiencia personal extrema (si esto dura más me hubiera hundido), pero me llevo a casa la Rambla de Mar llena de gente y el recuerdo de haber podido disputar una travesía que tantas personas a lo largo de un siglo han participado.
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